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Infortunio

A menudo, cuando creo un personaje, escribo alguna historia sobre susodicho, lo cual me sirve para ponerlo a prueba. Uno de estos relatos lo quería subir a Wattpad y así empezar a publicar algo por allí, pero creo que incumpliría las normas y prefiero evitar problemas, y eso que ya había creado una pequeña introducción. Sin embargo, esta es mi web y aquí puedo poner lo que me de la gana, y hace mucho del último relato que colgué. Así que aquí lo tenéis.


La cutre-portada que iba a usar en Wattpad.
La cutre-portada que iba a usar en Wattpad.

Los muelles de la ciudad portuaria de Estuario Corinto hierven de navíos que vienen y van luciendo sus velas al viento. Eso es tan cierto como que en sus calles encontrarás una gran variedad de tabernas, desde los más selectos clubs de caballeros hasta los tugurios del barrio marítimo. Son lugares frecuentados por toda tipo de gente hecha a si misma y que impone su ley. Sin embargo, una chica de medio metro se pavonea insolente, sin mostrar respeto a nadie; porque sabe que nadie se atreverá a ponerle ni un solo dedo encima. ¿Quieres conocerla?

Infortunio

–Así que quieres conocer mi historia. –Fortuna toma otro trago de su cerveza–. Pero para eso, primero tienes que conocer la vida de la mujer que me parió.

La cazarrecompensas se acomoda en el taburete apoyándose con su habitual aire entre seductor y altivo sin dejar de mirarte.

–Mi madre era hija de unos criados que trabajan para unos nobles, y sus señores tenían una hija de la misma edad. Como es natural, y más viviendo en el mismo lugar, las dos pequeñas se hicieron muy amigas, y sin importar la diferencia de estatus social. Por eso, el señor decidió que mi madre fuera la asistenta personal de su hija, a pesar de que ambas eran unas crías.

»Pasó el tiempo y crecieron hasta llegar a la adolescencia. Fue cuando todo se torció. –Toma otro trago, saboreando la cerveza y relamiéndose con un gesto juguetón–. Pero no fue por culpa de nadie, porque son cosas que pasan: una peste azotó esas tierras y mucha gente murió. Entre los muertos estaban mis abuelos, la señora y lo que todo el mundo más quería: la hija noble. Pero mi madre sobrevivió. –Fortuna toma otro trago de su jarra, apurándola, y la mira con desdén–. Se me terminó, y así no puedo hablar.

El camarero la rellena sin prisas pero sin pausas, no fuera que hubiera demasiada espuma.

–Sí, mejor así. –Toma un ligero sorbo, comprobando que está a su gusto–. Con la finca diezmada, y sin esposa ni hija, el noble decidió que mi madre ya no tenía lugar allí y la vendió a una familia rica muy lejana.

»Con el viaje pagado, mi madre embarcó hacia su nuevo hogar y su nuevo trabajo. Pero nunca llegó. –Acaricia el borde de la jarra con un dedo juguetón antes de volver a tomar otro sorbo de cerveza–. Ese barco fue abordado por piratas. Mataron a la tripulación, se hicieron con el navío y pidieron rescate por los pasajeros; vamos, lo habitual. Con el tiempo, todos fueron apoquinando, excepto mi madre, que ni la nueva familia ni el viejo noble estaban dispuestos a pagar por ella. Por lo que su destino estaba sellado: si no hay pago, se ejecuta al rehén; es por una cuestión de reputación. Sin embargo, uno de los capitostes se encaprichó de ella y se la quedó como criada, por así decirlo. Mi madre no tenía elección y tuvo que resignarse a su nueva vida.

»Por suerte, aunque es un decir, el capitoste viajaba mucho; pero por desgracia, cada vez que volvía a la base pirata quería disfrutar de su capricho. Y en una de esas violaciones me engendraron. –Una enigmática sonrisa burlesca se dibuja lentamente en el rostro de Fortuna, que la disimula con otro trago de su cerveza–. Por algún capricho del destino, y supongo que también de mi padre, mi madre sacó adelante el embarazo y me parió cuando llegó el momento. Pero soy hija única, y no porque mi padre hubiera dejado en paz a mi madre, sino porque todos los siguiente embarazos terminaron en aborto.

»Así que crecí y me crié entre piratas, rodeada de armas y gente mal hablada, en el mejor de los casos. Pronto aprendí a usar puñales, dagas y sables, y también armas de fuego, especialmente pistolas y cañones, y cómo que vivíamos en una isla perdida, también aprendí los rudimentos de navegar por el mar y a nadar. Y, por supuesto, mi padre seguía haciendo visitas a mi madre, sin importar si yo estaba por ahí, que en esos casos me quedaba en un rincón fingiendo que dormía. Supongo que mi padre era un pirata de los competentes, porque vivió muchos años y era sumamente respetado, temido y admirado por sus compañeros. Qué decir que llegó a ser uno de los dirigentes de esa base, aunque a él siempre le gustaba hacerse a la mar. Y en esencia, esa fue mi vida hasta los catorce años.

»Llegada a esa edad, decidí fugarme: veía a mi madre sufrir y no me gustaba como me miraban los demás piratas. –Con un ligero contoneo destaca su firme busto–. Conocía la base al dedillo y lo planeé todo y también se lo hice saber a mi madre; pero ella me dijo que era peligroso y que haría enfurecer a mi padre. Llegó el día y le propuse a mi madre que viniera conmigo, pero se negó porque miedo a mi padre; así que le prometí que volvería con ayuda y emprendí mi fuga. Era de noche y me conocía de memoria todos los rincones. Con paciencia y perseverancia llegué hasta una pequeña cala donde había escondido una balandra. –Sus ojos cambian mostrando una profunda mirada de despreció llena de ira que se clava en el fondo de la jarra–. Mi padre me esperaba con dos de sus amigos. Como dijo mi madre, se puso furioso. Intenté defenderme, pero las hostias me llovieron mientras me gritaba sobre lo desagradecida que era. Finalmente, me miró mientras yo lloraba ensangrentada, y me susurro cuanto le recordaba a mi madre cuando la capturó. Me arrancó la ropa, me tumbó, y me violó. –Suspira y respira fondo hasta que la frialdad vuelve a su rostro–. Cuando se sació, les dijo a sus amigos que me enseñaran modales, y esa noche volví a ser violada, dos veces más.

Fortuna observa su jarra, removiéndola lentamente, concentrada en el girar de la cerveza durante unos largos instantes antes de volverla a dejar encima la barra y levantar de nuevo la cabeza con su ya habitual gélida mirada con sonrisa burlona.

–A partir de ese momento se había abierto la veda sobre mí. –Toma otro trago, saboreándolo lentamente–. Los días siguientes me los pasé escondiéndome de todo, aunque siempre me encontraban y no podía evitar ser violada nuevamente. De eso aprendí una valiosa lección: el sexo mueve el mundo. Por lo que decidí conseguir protectores a cambio de mis favores. Semanas después, los hombres que yo elegí me protegían de los otros, y yo les satisfacía, y estos me trataban con cierta delicadeza, incluso alguno también procuraba mi placer, y así yo también empecé a disfrutar del sexo como aquel que se masturba. No obstante, mi padre también se encaprichó de mí, y no podía negarme, no hubiera sido inteligente. Pero al poco tiempo aprendí a no darle el placer de verme sufrir, y me mostraba fría y distante cada vez que me tomaba, por muy violento que fuera. Sobra decir que tuve que abortar varias veces, además, en una de esas cogí una infección que casi me mata, aunque solo me dejó estéril. Aunque sobreviví a todo, y mis ganas de fugarme seguían ardiendo en mi interior.

La joven cazarrecompensas toma otro trago y suspira perdiendo su mirada en el techo. Saborea el ambiente y lo disfruta antes de volver a mirarte con su sonrisa burlesca.

–A punto de cumplir los dieciséis, decidí que mi regalo sería mi fuga. –Una pequeña risilla se escapa de sus labios–. Y cuando llegó el día de mi cumpleaños, con todo bien planeado, se lo volví a decir a mi madre, haciéndole saber cómo me fugaría y donde tendría la balandra. Y le aseguré, le juré, que esta vez lo conseguiría. Conocía la base y la gente que vivía allí, conocía todos los puntos fuertes y débiles de mi prisión, y de eso me valí. Con la ayuda de mis amantes, moví barriles de pólvora en lugares estratégicos y bien escondidos; les dije que eran órdenes de mi padre, por lo que no lo dudaron, y luego les recompensé como más le gustaba, así que tampoco protestaron. A cada uno me lo follé bien, y luego les rajé la garganta obligándolos a mirarme mientras se ahogaban en su propia sangre. –Sonríe satisfecha y con una extraña felicidad en su mirada–. No me preocupaba que los encontraran, porque yacían ocultos al lado de los barriles bien escondidos, y tampoco nadie buscaría a esos pendencieros, ya que creían que estaban en algún rincón disfrutando de mi cuerpo, lo que fue cierto durante unos momentos. Finalmente, acabé los preparativos llevando la balandra al punto de fuga que le había comentado a mi madre.

»Cuando llegó la noche, comenzó mi plan. Provoqué varios incendios en varios lugares de la base. Los piratas corrían de un lado para otro procurando apagar los fuegos, que hacían estallar los barriles y derribaban estructuras. Pronto el caos se apoderó de todo, tal y como yo quería. Así que empecé la segunda fase. Empecé a moverme entre las sombras y, con mis pistolas y mis puñales, fui matándolos a todos, uno por uno y de cara, para que vieran mi rostro, y al cuello, para que tuvieran tiempo de darse cuenta quien los estaba matando. Y entre el crepitar del fuego y el ruido de las explosiones, nadie les oía chillar, únicamente agonizaban para mí. –Una risilla macabra escapa de los labios de Fortuna, y sus ojos muestran una satisfacción casi enfermiza–. Finalmente, me fui donde escondí la balandra. Allí había una persona esperándome, y tengo que reconocer que aún albergaba cierta esperanza hacia mi madre; pero allí solamente encontré a mi padre. Me gritó algo, no le presté mucha atención; pero le reventé las pelotas con un buen disparo. Eso también le hizo gritar, y esa vez sí que le presté atención. Me acerqué a él, que se agarraba lo que quedaba de su entrepierna ensangrentada, y le quité las armas. Lo tumbé en el suelo de una patada, boca arriba, y le obligué mirarme a los ojos. Él me maldecía, me gritaba; yo solo le sonreía mientras veía como se desangraba. Tardó más de lo creía en morir, tengo que reconocer que mi padre era un tipo resistente, pero no me resultó incómodo, más bien lo contrario. Luego, le corté la cabeza y me la llevé. –Toma otro trago de su jarra, un trago largo y refrescante, y suspira triunfal–. Me gusta esta cerveza, sí. –Mira la jarra antes de volverla a dejar encima la barra–. Pues llegados a este punto, solo quedaba otra persona con vida en la isla, así que fui a visitarla.

»Abrí la puerta de lo que era el cuchitril de mi madre. Allí estaba ella. Me miró confusa, perdida, sin saber qué decir ni qué hacer. Yo estaba cubierta de sangre y de hollín, con una pistola en una mano y la cabeza mi padre en la otra. Le dije que, como le había asegurado y jurado, hoy me fugaría. Mi madre permaneció muda, como atontada, así que continué y le dije que también le daría su libertad. Creo que lo esperaba, incluso lo deseaba, porque no hizo nada para evitarlo, ni un simple gesto; pero era mi madre, así que fui clemente con ella, y le disparé entre ceja y ceja, matándola al instante.

Fortuna vuelve a tomar un trago, relajándose y observándote satisfecha como le prestas atención, regocijándose con la expresión de tu rostro.

–Salió el sol. Había sido una noche muy larga y por fin había vencido, y empezaba una nueva vida para mí. También sabía que muchos de esos hombres estaban buscados por la justicia y que se pagaba oro por sus cabezas. Así que cogí un saco y fui metiéndolas todas, sin excepción. Y finalmente me largué con la balandra acompañada por mi saco y equipada con provisiones de sobras, una brújula y un buen mapa.

»Y así fue como me convertí en cazarrecompensas.

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